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Prácticas de la asignatura Tecnología de la Información.

Scooter

Sunday, May 28, 2006

Domingos a la basura

Es domingo y el sol acompaña. Salgo de casa al trabajo y al ir a coger el coche veo el mismo contenedor de basura que encontré la noche pasada. Es harto difícil encontrar aparcamiento a las 4,30 de la madrugada, así que aguzé la vista y dos mujeres lanzando basura a un contenedor me alertaron la posibilidad de aparcar.Son esos contenedores de la altura de un muchacho y que tienen ruedas para poder desplazarlos de un lugar a otro. Mientras conducía pensé que sería sencillo moverlo lo suficiente para aparcar mi "cochecito". Así dejé que las señoras acabaran su tarea (extraño me pareció tirar basura a esas altas horas de la noche). Dí una vuelta de distracción al edificio y allí estaba el contenedor esperándome para ser escurrido hasta dejarme el espacio suficiente. Bajé del coche y en un empujón el contenedor cedió hasta dejarme el anhelado sitio. Al día siguiente, ya siendo mediodía y bajo un sol de justicia salí de casa dispuesto nuevamente para coger el coche y marchar al trabajo. Allí estaba otra vez el contenedor de la noche anterior. Pero ésta vez no estaba solo; había un niño. Pensé que estaría revolviendo la basura por simple diversión. Ya se sabe que los niños son traviesos, y los domingos todavia más. Pero al abrir la puerta del coche intuí el cuerpo de una mujer, miré más detenidamente y advertí su cuerpo vestido de forma sencilla y la cabeza cubierta con un pañuelo. Una mujer diría de mediana edad, quizás envejecida prematúramente.Estaba buscando entre las bolsas y demás deshechos arrojados al contenedor, el niño estaba de pie y miraba. Me metí en el coche y por el retrovisor seguí mirando la basura esparcida alrededor del contenedor: zapatos viejos, bolsas rotas que dejaban escapar todo tipo de inmundicias, y como testigo el sol brillante en los ojos de los gatos merodeando entre los restos de comida. Percibí la miraba fija del muchacho mientras arrancaba el motor del coche. La mujer continuó absolutamente indiferente a mi presencia a pesar de la proximidad, como si estuviera embebida por el nauseabundo olor. Casí diría que no me produjo pena, me parecía parte de un escenario irrenunciable, como si aquella mujer tuviera por única labor y sentido en su vida aquella busqueda vehemente entre los despojos. En cambio el niño parecía íntimamente extrañado en aquella obra, como si hubiera equivocado el pápel de su representación. Sabía que el niño pensaba en algo diferente a los despojos que podían encontrarse en aquel recipiente de basura. El ruido brusco al arrancar el motor y la humareda subsiguiente despertó la risa del niño, la mujer pareció alertada entonces y se movió al lado opuesto sin abandonar en ningún momento su tarea. El niño continuaba mirándome, yo de reojo le miraba a través del retrovisor. No apartó la vista en ningún momento, no del coche, no de mí. Pero no apartaba su vista. Algo dentro de mí me urgía a acelerar y marcharme rápidamente. Al girar la primera bocacalle pudé ver por última vez su mirada aún fija. Finalmente desaparecí camino del trabajo. Ya en la distancia pensé que seguramente cuando volviera de noche a buscar aparcamiento me costaría mucho menos mover ese contenedor. O quizás más. Paradojas.

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