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Prácticas de la asignatura Tecnología de la Información.

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Saturday, June 10, 2006

Sol y gentío

El otro día en la playa pensé que el mar estaría conforme con los cuerpos tendidos en su orilla. Pero pronto cambié de opinión. Yo estaba tratando de encontrar un rincón donde dejarme horadar por el sol que descendía como una broca. La arena ardía bajo los pies, y solamente deseaba yacer tendido con el sol ocupando toda la preocupación que llevaba por encontrar un sitio. Me dí cuenta como de inmenso podía llegar a ser, que cuerpo tan colosal incapaz de manejarse en aquel vasto territorio (ocupado por otros cuerpos igualmente inmensos o más). Llegué a los pies de un chiringuito, justo a su lado descubrí una gran cantidad de tumbonas, muchas de ellas vacias!!!, así que pensé que estaba de suerte. Me imagine con una cerveza bien fresquita, disputándole el calor al sol que caía generoso. Qué carajo! enseguida vino un tipo fornido y espectacularmente bronceado a mi encuentro. Pensé que le habría gustado la misma tumbona en la que yo me había fijado, y con la de tumbonas que habia allí!. Así que me preparé para decirle que llegaba tarde, aún a riesgo de beberme el mar. Pero no, todo era mucho más sencillo, lo que yo creí era una deferencia de algún organismo público que había pensado cuidar el turismo ofreciendo asientos en la playa acabó siendo una explotación comercial. Otra más. Pensé ¿como era posible ocupar tan angosto espacio público con más negocios? Pero allí estaba el tipo marcándome ferreamente mientras me reclamaba los 5.75e. Así que tomé la tangente y seguí arrastrando mis incendiados pies a lo largo de toda la costa. Encontré finalmente, y como por milagro, un espacio suficiente para poder tumbarme sin tener que encoger las rodillas o ponerme de perfil. Dí gracias al fin de poder quemarme la piel mientras el vecino usaba su protector solar en beneficio de los dos. Son las ventajas de tener una persona contigua mentalizada de los perjuicios del sol excesivo sobre la piel. Los niños podían saltarme casí sin dificultad mientras yo me arrancaba la arena de los ojos y me desincrustaba los utensilios que los angelitos descargaban sobre mí. Me sentía feliz, muy feliz de escuchar el mar entre las risotadas y las amenas discusiones de un matrimonio extranjero. Digo yo que estarían celebrando el encuentro con el paraiso terrenal que son las costas alicantinas. Seguramente hablaban de algo muy interesante, pero yo me dejaba embriagar por el rumor del mar y los ronquidos de un abuelete que parecía abstraido de todo lo que acontecía, lo cual requería unas cualidades de escapismo tan formidables como las del Gran Houdini. Pero sus ronquidos atestiguaban que estaba vivo, y dejaba testimonio muy por encima del rumor del mar. De hecho el rumor del mar se confundía entre sus barridos nasales. Cuando percibí mi estómago empezando a parecerse a la plancha de una chacha traté de darme la vuelta, no sin dejarme en el escorzo dos pinchazos en la espalda que prometían necesitar la asistencia de la Cruz Roja, pero por un momento imaginé por dónde podría hacerse sitio hasta mí aquellos ángeles custodios, y desestimé la opción de quejarme demasiado. Me resigné a la arena en los ojos, las salpicaduras de agua de alguna cabellera agitándose, la sed irreprimible, los pies encogidos hasta esconder los dedos como un gato esconde las uñas, el voceo de los vecinos, y hasta el viento acudiendo por si eramos pocos...en fin, fué muy divertido y sólo espero que llegue otro día caluroso para pensar desde casa -que bien se estaría en la playita-.

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